Me apoyé en el marco de la puerta, tomando té, y observé.

Mis hijos estaban allí, en nuestro exuberante jardín trasero. Parecían un solo ser moviéndose en una película muda. Lila, la mayor de ocho años, ya tenía su propia personalidad: centrada, seria, y su cabello rubio recogido en un moño despeinado.

Estaba ocupada colocando pequeñas piedras en el borde del estanque de koi. Quizás estaba construyendo un palacio submarino o simplemente poniendo a prueba las leyes de la gravedad. Su rostro, cubierto de una ligera capa de sudor, delataba el esfuerzo de su labor artística.

No muy lejos de ella, Noé, mi principito de cinco años, que prefería el drama y la aventura. Vestía una bata —una toalla de baño azul— y llevaba un bastón.

Corría en círculos por la hierba, persiguiendo su propia sombra, cantando mantras cuyo significado desconocía. Su alegre risita resonaba como campanas en el aire, completamente despreocupada.

Saqué mi teléfono. No era para grabar vídeo ni para transmitir en directo, solo para mí. Quería tomar una foto, capturar este momento para siempre, no como una foto para exhibir, sino como un recuerdo vivo.

Me acerqué lentamente. Estaban demasiado ocupados en sus propios mundos como para notar mi presencia. Lila levantó la vista ligeramente; sus grandes ojos marrones me miraron brevemente y luego volvieron a sus rocas, como dándome permiso tácito.

Noah dejó de correr y se giró hacia mí, con la capa ondeando. Sonrió ampliamente, mostrando sus dientes ligeramente separados.

Tomé algunas fotos rápidas. Luz perfecta, sujeto perfecto y pura emoción. Nada de sonrisas forzadas, ni instrucciones de "mira aquí". Solo alegría fluyendo libremente bajo el brillante cielo azul.

Cuando terminé, Noah corrió hacia mí y me abrazó las rodillas con fuerza. "¡Mamá, atrapé al Dragón Oscuro!", dijo con orgullo.

Dejé el teléfono y le devolví el abrazo. "Claro, mi héroe", susurré. Sé que hoy, bajo este ardiente sol de verano, he capturado algo más preciado que dragones o castillos de piedra: un retrato puro de la infancia de mis hijos. Un retrato que solo el corazón de una madre puede ver.

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