Se llama Rina y solo tiene 28 años. Su vida cambió drásticamente cuando su esposo, Andi, falleció en un accidente laboral hace dos años. Desde entonces, Rina es una joven viuda con un hijo de tres años, Rehan.

En su pueblo, la viudez todavía suele estar mal vista. Muchos susurran al pasar, preguntándose cómo se las arreglará sin un hombre a su lado. Pero Rina no tiene tiempo para preocuparse por lo que digan los demás.

Cada mañana, ella va al mercado a vender sus pasteles caseros. Aprendió la receta de su madre y, poco a poco, comenzó a recibir clientes porque los pasteles eran deliciosos y asequibles. Comenzó a ahorrar dinero, envió a Rehan a preescolar y alquiló una casa pequeña y acogedora.

Aunque muchos hombres intentaron acercarse a ella, Rina se mantuvo firme. No se retraía, sino que se centraba en el futuro de su hijo. Quería ser fuerte, valerse por sí misma. Quería ser madre y padre para Rehan.

Un día, una joven maestra que enseñaba en la escuela de Rehan se acercó a ella. No llegó con dulces promesas, sino que se ofreció a ayudar a Rehan a leer y escribir en casa gratis. Poco a poco, a partir de ese pequeño gesto, creció el respeto mutuo.

Rina aprendió que la vida no tiene que ser perfecta para ser feliz. Una pérdida no significa el fin de todo. Ella es la prueba de que incluso una viuda joven puede levantarse, ser fuerte y aún tener esperanza en un futuro mejor.

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