Una imagen una historia
F / Imagen del concurso
La romperé también
De todas las fotos que yo guardaba de mis padres esa fue la única que pude salvar. Mi madre, cuando todavía su enfermedad no la había confinado al lecho donde estuvo durante los dos últimos años, las encontró una mañana que entró a limpiar mi habitación y comenzó a romperlas en pedacitos una por una; "yo no quiero morirme y que queden por ahí esas imágenes donde estoy al lado de un hombre tan adúltero y asqueroso", dijo. Yo le arranqué de las manos esa última y ella, después de mirarla, solo agregó: "Te la dejo porque ahí no se me ve la cara", y salió mascullando inentendibles improperios en voz baja.
— Tu padre siempre se creyó un pájaro bravo -decía mamá todo el tiempo; yo le aguanté sus aventuras hasta que tú cumpliste los doce años, después lo eché de esta casa que adquirí con mi trabajo porque no quería que tú crecieras siendo testigo de tantas sinvergüenzuras. "Vete a putear adonde te dé la gana, pero aquí no quiero verte más", le grité con un garrote en la mano para que se marchara de inmediato.
En todos esos años, yo únicamente vi a mi padre en dos oportunidades. Una vez que estaba de visita en casa de la abuela, ella me lo enseñó. "Por casualidad, tu papá está aquí", comentó, y entreabrió la puerta de un cuarto para que yo lo observara durmiendo a pierna suelta; pero lo que más me impresionó fue la pestilencia a alcohol encerrada en aquel recinto. En otra ocasión que fui al cine con mi madre, lo observamos que estaba sentado en una plaza, pero pasamos bien lejos para no tropezarnos con él. Nunca sentí curiosidad por saber algo más sobre su vida más allá de lo que contaba mi madre con amargo dolor y eso se debía quizás a que él tampoco se interesó jamás por mí.
Sin embargo, el mismo día que falleció mi adorada mamá, él se presentó en la funeraria. Me abrazó con mucho respeto y se sentó cabizbajo muy cerca del féretro. Pasó allí la noche, se marchó en la mañana y regresó a la hora del entierro para acompañarnos al cementerio. Fue Nakarí, mi esposa, quien me advirtió que no se había cambiado de ropa, lo cual era un indicio de que no tenía un lugar donde vivir o que carecía de los recursos más elementales para subsistir; su demacrado aspecto y su abatida actitud eran otras señales de sus penurias. En esos momentos recordé que la abuela había vendido su casa cuando decidió radicarse en España, junto a una hermana que vivía en ese país y que, un año más tarde, murió por allá de un paro respiratorio que le produjo el frío. Conociendo entonces la proverbial irresponsabilidad de mi padre, era bastante probable que anduviera de vagabundo por las calles.
Desde ese momento, Nakarí comenzó a ocuparse de él, "es tu padre, mi amor, mi suegro, por más que sea, me da dolor verlo así". Empezó por comprarle todo cuanto necesitaba hasta que terminó alojándolo en nuestra casa, una mansión que había adquirido antes de casarnos con la fortuna que había heredado de su marido anterior. Y la verdad fue que mi padre aprovechó muy bien aquella oportunidad porque se transformó por completo. Se vestía de manera impecable, hablaba con esmerada educación, colaboraba con todas las tareas que realizaban los empleados domésticos y cuando llegaban esos encopetados personajes que solían visitar a mi esposa, él los entretenía con divertidísimas e inagotables anécdotas.
Hoy hace exactamente un año que los abogados de Nakarí me presentaron los papeles de divorcio para que los firmara, sin ninguna objeción; a los quince días se casaron ella y mi padre… Mi mamá tenía toda la razón, en cualquier momento romperé en pedacitos esa vieja foto.
Invito a los amigos:
@solperez y
@fannyescobar
Muchas gracias por su apoyo...
¡Guao! El padre del protagonista era un hombre de temer. Sabía "enterrar la ponzoña" como un escorpión, y no miraba a quién le hacía daño. Tal vez, Nakarí, dentro de poco, viva el dolor de la madre del protagonista o, quizás no, en el amor nunca se sabe cuál será el destino final.
Tu relato es impecable. Te felicito.
Y todavía existen seres peores que ese padre... Lo cierto fue que se quedó en la mansión y con la dueña de la fortuna.
Gracias por la lectura y los comentarios, amiga. Un gran saludo.