Una imagen una historia | Amigos en renta
Hola, gente.
La historia que hice para este concurso está inspirada en la epidemia de soledad que padecemos en la actualidad. Yo creo que la padecíamos de antes, sólo que la globalización nos mostró que el problema está más extendido de lo que pensábamos.
Si quieren ver las condiciones del concurso aquí están.
Antes de continuar, quiero invitar a @marielismq y @doriscermeno.
Amigos en renta
Sofía era una mujer muy solitaria. Todas sus interacciones ocurrían por cuestiones ajenas a ella.
Durante su vida escolar creyó tener amigos. Hacían trabajos juntos y jugaban juntos en los recesos, hasta se invitaban a fiestas. Todo eso ocurría dentro del año escolar. En vacaciones de navidad o de agosto, era como si nunca se hubieran conocido.
Una vez que se independizó descubrió que sus padres no la querían: cesaron los mensajes, los buenos deseos y demás gestos que sostuvieron a lo largo de su vida. Sofía los visitó unas cinco veces antes de dejar de hacerlo: la frialdad de sus gestos y sus palabras le hacían sentir incómoda. Era casi como si no la quisieran de regreso.
En el trabajo sus compañeros la trataban bien, pero ella deseaba esas amistades que se ven en las películas y series que solía ver. Veía que en los grupos de WhatsApp organizaban fiestas y a la hora de preguntar por qué podría llevar para aportar, los mensajes paraban de llegar y se reanudaban casi una hora después.
No fue sino hasta un altercado en la oficina que, Mara Márquez, una compañera con la que se creía cercana, la detuvo en seco:
—No puedes venir a mi boda —chilló con ganas, haciendo énfasis en mi—. No eres amiga mía.
Sofía aguantó las ganas de discutir y de lamentarse. Se mordió la lengua y se fue a su cubículo a seguir con la jornada.

Fuente
Una vez llegó a su casa, tiró todas sus cosas al piso y fue a su cuarto. Ella no pudo decir cuánto tiempo pasó tirada en la cama llorando, pero cuando finalmente se desahogó, eran las nueve y media de la noche. Se bañó y cenó. Esperó a que la comida, que era poca y ligera, bajara para así poder dormir.
Al día siguiente, el cual era viernes, Sofía fue al trabajo e hizo lo que le tocaba ese día. Le pasó por encima a todo el mundo, entraba y salía sin llamar a la puerta sin dar los buenos días o despedirse y empezó a recoger sus cosas minutos antes de la hora.
—Oye, —la regañó Federico— aún no te toca irte.
—Ah, minutos más minutos menos. El asunto es que ya terminé. Ya envié el reporte.
Sofía siguió actuando de esa forma y, aunque ya no luchaba por figurar en algún grupo ni tampoco aspiraba con ascender en la escala del micro-universo que era esa empresa, el vacío causado por el abandono de esos deseos le hacía sentir tranquila a la vez que en el aire.
Mientras visitaba sitios web en su casa durante el fin de semana, Sofía encontró un servicio de amistades en renta. Sin creerse lo que veía, dio en el enlace y leyó con curiosidad, conteniendo sus esperanzas como si estas fuesen perros grandes y sin entrenamiento tratando de perseguir una presa que les llama la atención. Siendo precavida, ya que no quería llamar y descubrir que era algo relacionado con la prostitución, se puso a buscar por las redes.
Pasaron unas semanas antes de atreverse a llamar, el precio era elevado, pero se lo podía permitir.
La mujer con la que empezó a tener citas para salir de paseo era muy amable. Es como la amiga que siempre quise tener, pensó Sofía. Muchas veces tuvo que arrastrase a sí misma de regreso a la tierra ya que, esa mujer estaba ahí únicamente porque formaba parte de esos “amigos en renta”.
La fantasía de que, en algún momento, ya no hubiese que pagarle sino que ella viniese al encuentro por su cuenta siempre estaba ahí. En ciertos momentos, cuando su ánimo baja y esa sugerencia amenaza con cobrar vida propia y salir de su boca, no Sofía no hace citas con ella.
—Ella es la única amiga que tengo —murmuró sentada en su cubículo—. Si la cago, deberé llamar a alguien más.