Una imagen una historia

Esta es la historia de una niña triste que todos los días iba a la estación del tren y se sentaba encima de uno de esos trenes viejos y oxidados que ya no funcionaban desde hacía años. Allí, en las alturas y a solas con el cielo, le contaba sus penas al viento, con la esperanza de ser escuchada por alguien.

A pesar de ser tan pequeña, pensaba, pensaba y fantaseaba con una vida diferente a la que llevaba al lado de su abuelita enferma. Era una niña pobre, triste y muchas veces desamparada, ya que al parecer a nadie le importaba dónde estaba ni qué hacía fuera de casa por tantas horas.

Un día, como de costumbre, fue a su tren favorito para llorar la pérdida de lo único que le quedaba en la vida: su abuelita. Lloró y lloró desconsoladamente, dando gritos en el aire. Decía con voz fuerte y temblorosa: “¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?”. Poco a poco, su voz se fue apagando, y con el frío del latón en su espalda, se quedó dormida.

Era Don Julián, el viejo maquinista que cuidaba los trenes muertos. Había visto desde lejos cómo ella se balanceaba al borde y, sin pensarlo, corrió hasta trepar por la parte trasera del vagón. El viento soplaba con fuerza, y a cada paso el metal oxidado se quejaba. Se arrodilló, extendió la mano y gritó de nuevo:

—¡Agarra fuerte!

Ella intentó alzar un brazo, pero el miedo la paralizaba. Sintió que su fuerza se iba… hasta que escuchó a Don Julián decir, con una voz que mezclaba urgencia y cariño:
—Confía en mí.

Con un último esfuerzo, soltó una mano y agarró la suya. Él tiró con todas sus fuerzas, hasta que logró subirla al techo del tren. Se quedaron sentados, respirando agitados, con el corazón latiendo a toda velocidad.😰

Ella bajó la mirada, y al principio dudó. Pero algo en la voz del viejo la hizo sentir segura. Así que le contó todo: cómo vivía con su abuelita enferma, lo sola que se sentía, el hambre de algunos días, las noches frías sin nadie que la arropara, y cómo, desde que su abuela se fue para siempre, su corazón se había quedado como ese tren: detenido y oxidado.

Don Julián la escuchó sin interrumpirla, solo asintiendo de vez en cuando. Cuando terminó, le puso una mano en el hombro y dijo: —Entiendo, niña… pero quiero que sepas algo: Este tren viejo y oxidado, no está condenado a seguir así para siempre, si tratamos de restaurarlo y darle una mano el puede moverse de nuevo. Entiendes el punto? Eso mismo sucede con nuestra vida si nos damos una oportunidad.

🏵️Desde ese día, ella siguió yendo al tren, pero ya no solo a llorar. Empezó a escuchar historias de viajes, ciudades lejanas y mares infinitos que Don Julián le contaba. Poco a poco, comenzó a creer que su vida podía arrancar de nuevo, como un tren que empieza a andar después de años detenido.🏵️

Pasaron los años, y aquella niña dejó el pueblo. Subió a un tren verdadero rumbo a una nueva ciudad, con el corazón acelerado como aquella vez en el techo oxidado. Mientras la máquina se alejaba, recordó la mano firme que un día la salvó y susurró para sí: