Una imagen una historia
Cuando cumplí dieciocho, algo cambió. No sé si fue por esa sensación de que al volverte “adulto” tienes derecho a entender tu propia historia, pero un día, mientras caminaba por la biblioteca del pueblo —ese lugar que para mí era como un refugio—, me topé con algo que me hizo replantearme todo.
La biblioteca no es gran cosa, apenas unas cuantas estanterías viejas, libros con olor a humedad y una señora gruñona que siempre te mira como si fueras a robarte algo. Yo iba seguido porque ahí podía leer tranquila y, de paso, escapar un rato de la rutina. Ese día, mientras curioseaba por una sección que casi nadie toca, vi un libro extraño, con la tapa desgastada y sin título visible. No estaba registrado en los estantes, parecía como si alguien lo hubiera dejado olvidado. Cuando lo abrí, sentí que el piso se me movía: en la primera página estaba escrito, con tinta ya medio borrada, el nombre completo de mi papá.
No lo podía creer. ¿Qué hacía ese libro ahí? Lo hojeé con manos temblorosas y pronto entendí que no era un libro cualquiera, sino una especie de diario o memoria. No sé si él lo escribió o alguien lo hizo sobre él, pero ahí estaba su historia, pedazo por pedazo, desde su infancia hasta el momento en que decidió irse de nuestras vidas.
Leí sobre cómo creció en barrios difíciles, cómo se metió en negocios turbios desde adolescente, y cómo conoció a mi mamá en una fiesta de pueblo: “una mujer con ojos que quemaban, imposible de olvidar”, decía una de las líneas. Contaba también cómo, aunque quiso cambiar, siempre terminaba huyendo, como si el caos lo persiguiera. Cuando llegué a la parte donde habla de mí, sentí un nudo en la garganta: “Mi hija tiene dos años, aún no sabe quién soy. Ojalá algún día pueda explicarle que no fui un cobarde, solo un hombre roto”.
Me quedé ahí sentada, en medio de la biblioteca, rodeada de estanterías que parecían mirarme en silencio. Afuera llovía y el sonido de las gotas contra las ventanas hacía todo más irreal. Había pasado mi vida odiando a ese hombre, construyendo una imagen de abandono y egoísmo, pero leer sus palabras me hizo dudar. No es que de repente lo perdonara, pero por primera vez entendí que, aunque su decisión me marcó para siempre, no fue tan simple como “se fue porque quiso”.
Cuando terminé, cerré el libro y lo guardé en mi mochila. No le dije nada a nadie, ni siquiera a mi mamá. Desde ese día, cada vez que paso por la biblioteca y veo esas estanterías, me acuerdo de que no somos solo lo que nos falta, sino también lo que decidimos hacer con eso. Mi papá eligió huir; yo elijo quedarme, escribir mi propia historia y no repetir la suya.
Bueno esta es mi presentaciòn, espero les haya gustado.